MUJERES CON VARIOS ESPOSOS
En un artículo anterior hemos visto cómo los hombres encadenaban una esposa tras otra mientras tuvieran fuerzas para inseminarlas. Sin embargo, tampoco las mujeres se quedaban a vestir santos cuando moría su esposo. La típica imagen de una campesina vestida de luto de arriba abajo, resignada a ser una viuda perpetua con la única compañía de sus hijas, sólo se hizo realidad en tiempos recientes. Hace dos o más siglos, las únicas viudas condenadas a la soledad eran las ancianas que ya no podían tener hijos y casi nadie quería. Incluso las solteronas de mediana edad tenían alguna oportunidad de pescar un marido, aunque fueran su última opción.
Una viuda perpetua, resignada a la única compañía de sus hijas, no era típica de la antigüedad.
— Quiruelas de Vidriales, 1925

Las mujeres tendían a guardar más las apariencias y respetar el «año del llanto» por el esposo difunto, pero ya veremos que eso se incumplió a menudo. A continuación lanzaban su candidatura y no les faltaban pretendientes. Las viudas se hacían apetecibles por ser habitualmente jóvenes, fértiles, abundantes y con experiencia sexual, por lo que competían con fuerza contra las solteras.
Había además una presión social para que las viudas jóvenes volvieran a casarse. Se las creía más propensas al desenfreno y la lujuria, y de hecho estaban más expuestas a ser violadas. Un nuevo marido, en particular si era también viudo, era el mejor remedio para proteger su castidad. Y la primera prueba para afrontar las habladurías era decidiendo dónde vivir y buscar ese marido. Algunas preferían una vida anónima y tranquila en otro pueblo, pero las más audaces se quedaban en el mismo sitio donde estaba la tumba y los parientes del esposo anterior.
Como las viudas eran cabezas de familia, ya no precisaban el permiso de un familiar varón. Los pormenores del matrimonio se concretaban rápidamente. El nuevo esposo, igual que el anterior, podía ser un joven soltero o un viudo con varios hijos, treinta años mayor o diez años más joven. Incluso su virilidad era irrelevante. El factor decisivo era su capacidad de dar protección y seguridad a la esposa y a los hijos de ésta. A cambio, ella cuidaría de la casa del marido y de los hijos de éste, y le daría muchos más. El acuerdo solía incluir también alguna finca o vivienda, que pasaba a quedar bajo el control del esposo.
Una vez celebrado el matrimonio, las mujeres parían sin cesar hasta que exprimían toda su vida fértil (de los 16 a los 40 años, a veces más). Ese obstáculo biológico, al que no estaban sometidos los hombres, limitaba el número de hijos que podían tener. Y al contrario que los hombres, no lo podían remediar casándose con otro. Algunas mujeres tuvieron incluso muy pocos hijos a lo largo de múltiples matrimonios. Y para ilustrarlo vamos a poner los mejores ejemplos que tuvieron lugar en Sitrama.

Las viudas solían ser jóvenes, fértiles, abundantes y con experiencia sexual, así que competían con fuerza contra las solteras.
— Procesión de mujeres de luto, Bercianos de Aliste, 1971
María Apolonia Fernández Zurrón
Apolonia Fernández es el mejor ejemplo de viuda reincidente hasta agotar su vida fértil, con independencia de los hijos que tuviera.
Apolonia fue la única hija de un matrimonio que vimos en el artículo anterior: el de Ignacio Fernández, que prefería las mujeres maduras, con Cayetana Zurrón, que vivió durante más de veinte años años sin darle más descendencia. Había nacido en 1807 y se casó recién salida de la pubertad, a los 16 años, con Rodrigo García García, también de Sitrama y de 23 años de edad. Era un matrimonio normal que engendró hijos a un ritmo constante: uno cada tres años. Pero tras diez años en común el esposo falleció de sopetón, unos meses antes de nacer su cuarto hijo.
Apolonia era una joven viuda de probada fertilidad, unas credenciales excelentes para cualquier mujer casadera, así que contrajo un nuevo matrimonio a los 27 años. El elegido fue Blas Molezuelas Alonso, de quien sólo sabemos que era de Brime, pero no su edad ni estado civil. Apolonia reinició la máquina de alumbrar hijos, esta vez uno cada dos años. Los dos primeros fueron una niña y un niño que murieron al poco tiempo, así que los dos siguientes (también niña y niño) recibieron su mismo nombre, en honor a los abuelos paternos. Pero no hubo tiempo de honrar a los maternos. Blas falleció no mucho después de nacer su cuarto hijo, de modo que Apolonia se volvió a encontrar viuda con 37 años.
No le faltaba mucho tiempo de maternidad pero aun así encontró a otro aficionado a las mujeres maduras: Santiago Domínguez Turiel, natural de Micereces y varios años menor que ella. Tuvieron dos hijos en el intervalo de cuatro años. Luego los registros callan pero es de suponer que ya no tuvieron más descendencia.
María Apolonia Fernández Zurrón tuvo diez hijos de sus tres matrimonios a lo largo de toda su vida fértil: el primero a los 17 años y el último a los 42.
Apolonia Fernández tuvo 3 esposos y 10 hijos a lo largo de 25 años de vida fértil.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Rosa Lobato Martínez y Melchora Romero Alvarez
Apolonia Fernández necesitó veinticinco años y tres matrimonios para engendrar diez hijos. Sin embargo, por lo general las mujeres necesitaban menos tiempo y matrimonios para lograr cifras semejantes.
Rosa Lobato nació en Sitrama hacia 1767. Se casó por primera vez a los 20 años con Francisco Fernández Martínez, procedente de San Juanico el Nuevo. Su matrimonio siguió el cauce habitual: seis hijos en quince años, una niña que al morir cedió su nombre a la siguiente en nacer, un marido fallecido en plena madurez… A los 36 años Rosa era una viuda que aún no había dado todo de sí, de modo que resultó un buen partido para Ramón García Martínez, también viudo y con cuatro hijos. Ambos se pusieron manos a la obra y procrearon tres hijos antes de entrar en una longeva madurez. En total, Rosa Lobato Martínez fue madre de nueve hijos durante dos matrimonios hasta completar con creces su vida fértil: tuvo el último a los 43 años.
Más rápida fue Melchora Romero, que vivió casi a la par que ella en una carrera por la descendencia. Nacida en Santibáñez hacia 1773, a los 20 años se fue a vivir a Sitrama para desposar a Juan de Lera Fernández, un hombre ya entrado en años que acababa de enviudar. Su matrimonio discurrió como el anterior pero a más velocidad: seis hijos en nueve años, una niña que al morir cedió su nombre a la siguiente en nacer, un marido fallecido en la cuesta abajo de la madurez… A los 30 años Melchora era una viuda que podía dar mucho más de sí, de modo que resultó un excelente partido para Antonio Zurrón Santiago, soltero y algo más joven. Ambos se pusieron manos a la obra y procrearon tres hijos rápidamente. En total, Melchora Romero Alvarez fue madre de nueve hijos durante dos matrimonios pero podría haber tenido varios más: tuvo el último a los 38 años y aún vivió otros treinta con su marido.

Rosa Lobato y Melchora Romero tuvieron 9 hijos de dos matrimonios.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853
Catalina Furones Fernández
Los gemelos siempre se han visto como una anomalía sujeta a toda clase de explicaciones, tanto científicas como fantásticas. Hoy en día, hacen sospechar de algún tratamiento de fertilidad, como la fecundación in vitro. Sin embargo, antiguamente era un signo de que la madre había copulado con dos hombres uno detrás de otro, o que había disfrutado lujuriosamente del sexo durante la concepción.
¿Qué pensarían entonces los vecinos de Sitrama de una mujer que tuvo gemelos en tres ocasiones, dos de ellas seguidas?
Catalina Furones nació en Sitrama en 1809 y a los 21 años ya se había casado con Pedro Martínez García, un poco mayor que ella. Acto seguido empezaron a llegar los hijos. Primero tuvieron niñas, una cada dos años. Luego fue el turno de los niños, y nacieron dos a la vez como gemelos.
Si los partos eran peligrosos, los de gemelos eran mortales de necesidad: casi siempre se llevaban la vida de la madre, de alguno de los neonatos, o de los tres. Se suponía que era el castigo por los pecados de su madre al concebirlos. Pero a quien se llevaron fue a su padre, que murió un par de años después a la edad de 34.
Catalina era una viuda de 32 años, algo muy habitual, pero con la mancha de ser madre de gemelos. No obstante, hubo un hombre a quien eso no le desagradó sino que quizá fue un aliciente: Ignacio Gallego Zurrón, cinco años menor que ella y su flamante esposo. No sabemos si la noche de bodas fue lujuriosa o casta, si duró varias horas o un minuto, pero sí el resultado nueve meses después: otro par de gemelos.
Es un misterio lo que debió de sentir Ignacio al oír los inevitables chismes en el pueblo. ¿Orgullo? ¿Vergüenza? ¿Humillación? ¿Asombro y fascinación? Tal vez por esa mezcla de emociones Catalina tardó cuatro años en quedar encinta de nuevo. Y si rezó para tener un parto normal, el cielo no la escuchó. Un mes antes de su 37 cumpleaños, salieron de su vientre dos niños por tercera vez.
Hay que imaginar las burlas y chistes que rodearon al matrimonio, mientras tenían la sensación de estar condenados o quizá tocados por un milagro. Aun así, pasados unos años hubo un nuevo embarazo y por fin les sonrió la suerte: su último hijo fue un niño que nació solo, sin ningún gemelo a su sombra. Y así, a los 41 años, Catalina puso punto final a su accidentada maternidad.
Catalina Furones Fernández tuvo dos esposos, seis gemelos, ocho partos y once hijos. No sólo sobrevivió a tres nacimientos de gemelos, sino que al menos la mitad de ellos llegaron a la edad adulta.
Un niño y una niña gemelos, hijos de Ignacio Gallego y Catalina Furones.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Isabel de Bedoya Carvajo
Aunque tener hijos era un factor primordial, no siempre era imprescindible a la hora de casarse de nuevo. Eso se manifestaba sobre todo en la pendiente final de la vida. Al igual que hoy, se podía escoger el cónyuge por el simple motivo de tener compañía, cariño, sexo o incluso amor.
Isabel de Bedoya pertenecía a una de las familias más destacadas de Sitrama y durante casi toda su existencia vivió de la forma que se esperaba de ella. Nacida en torno a 1645, a los 24 años se casó con Claudio Zurrón Prada, natural de Micereces. Tuvieron cuatro hijos hasta que el marido falleció tras diez años de matrimonio.
Al año siguiente Isabel se volvió a casar, esta vez con Miguel Centeno, un hombre que disponía de abundantes tierras y criados. Con él tuvo también cuatro hijos aunque dos murieron en la infancia. Para entonces Isabel ya tenía 47 años y había agotado su vida fértil. Se convirtió en una insigne matriarca, que gozaba de gran prosperidad y respeto entre sus vecinos.
Su segundo matrimonio duró treinta plácidos años hasta que Miguel falleció en plena vejez. Y entonces la vida de doña Isabel se precipitó inesperadamente en el escándalo. Sólo cuatro meses después, sin guardar el luto ni las apariencias, se casó con Francisco Blanco Perandones, de San Pedro de Ceque. Ella era una señora anciana de 65 años; él no llegaba a los 40. ¿Fue un matrimonio por amor, compasión o conveniencia? Lo más probable es que hicieran un acuerdo para que él la cuidase hasta su muerte, a cambio de heredar algunas de sus cuantiosas posesiones.
Isabel de Bedoya Carvajo murió el 13 de septiembre de 1711, un año después de celebrar su tercer matrimonio. Su viudo tampoco se molestó en respetar el año de luto. A los tres meses del entierro desposó a una joven de 25 años, con la que tuvo varios hijos.

El 14 de octubre de 1710 se casaron Francisco Blanco e Isabel de Bedoya, viuda de 65 años y y cinco meses.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724
Lucía de Santamaría Prieto
No todas las viudas eran bendecidas con largos matrimonios y una prole numerosa. Algunas parecían atenazadas por la mala suerte. Una y otra vez, sus maridos fallecían pronto o no engendraban ningún hijo. Y cuando por fin lograban encauzar su vida, ya era demasiado tarde.
Del triste caso de Lucía de Santamaría Prieto hablamos en el artículo anterior, pero ahora se hará desde su punto de vista. Había nacido alrededor de 1652 en Otero de Bodas, nombre premonitorio viendo a cuántas asistió. Con poco más de 20 años vino a Sitrama a casarse con Pedro de Seoane Rodríguez, miembro de una familia de cuatro hermanos de Valdeorras. El clima del valle del Tera no fue muy propicio para un mozo criado en la montaña, pues falleció al cabo de cuatro años sin engendrar ni un solo vástago.
Lucía cambió de plan y se casó a continuación con Pedro Moreno, un viudo bastante mayor que ella. Al principio todo salió perfecto y tuvieron un par de hijas en tres años, cuando de repente su marido se fue a la tumba.
Empezaron a correr rumores de que Lucía traía mala suerte a sus maridos, que de pronto se volvían débiles e impotentes. Se resignó durante unos años a la soledad hasta que por fin alguien la llevó de nuevo al altar: Marcos Fernández Fernández, un mozo de sobrada fuerza y vigor. Con él tuvo una hija y la promesa de muchos más. Pero la enfermedad truncó los planes de Lucía y se la llevó dos años después.
Lucía de Santamaría Prieto falleció en 1688. Tuvo 3 maridos y 3 hijos en sólo 35 años de vida.
El 6 de junio de 1688 murió Lucía de Santamaría, mujer de Marcos Fernández y madre de tres hijos.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724

Catalina de Otero Carvajo
Otras mujeres parecían estar condenadas una y otra vez a tener poca descendencia y fugaces matrimonios. Sin embargo, lucharon contra esa maldición con gran tenacidad hasta que la naturaleza logró vencerlas.
Catalina de Otero Carvajo nació en torno a 1655 en Espadañedo, en la comarca de la Carballeda. Allí se casó con Bartolomé Pedrero, del vecino Muelas de los Caballeros, con quien tuvo una hija. Su esposo era arriero y hacía con frecuencia la ruta por la Cañada Real, y en uno de esos viajes decidió llevar a su familia a Sitrama; pero apenas se habían establecido allí cuando murió.
Catalina se vio con 25 años desamparada en un pueblo extraño con una niña a su cargo. No era muy buen partido así que tuvo que aceptar la mano de Francisco Fernández Bedoya, quien sólo pudo ofrecerle una vida de pobreza. Dos años después tuvieron un hijo, pero la salud de Francisco estaba tan resentida que murió cinco días antes de que naciera. Catalina quedó otra vez en la miseria durante varios años, con dos niños a su cargo, y sin nadie que quisiera desposarla.
Tenía más de 30 años cuando se fijó en ella Miguel Alonso. Su mujer había muerto de parto pocos meses antes, dejándole al cargo de un niño, y ansiaba casarse urgentemente. Tuvieron tres hijos durante los seis años siguientes, hasta que la naturaleza no les dio ninguno más. Luego tuvieron una madurez larga y tranquila. Miguel murió diez años después del último nacimiento. Catalina le sobrevivió ocho años y le guardó el luto como una viuda respetable.
Catalina de Otero Carvajo falleció en 1706. Tuvo 3 maridos pero sólo 5 hijos.

El 10 de febrero de 1682 nació Manuel, hijo póstumo de Francisco Fernández Bedoya, pobre, y Catalina de Otero.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724
Marta de Robledo Rodríguez
El cometido principal de una esposa era el de parir hijos. La que tenía muy pocos o ninguno quedaba marcada como estéril o enfermiza. Pero algunas lograron casarse varias veces, así que tendrían alguna cualidad atractiva para los hombres.
El caso más llamativo es el de Marta de Robledo. Había nacido hacia 1679 en Viana del Bollo, en las montañas que separan Galicia de Sanabria. Su padre debió de ser también propietario o conductor de los ganados que recorrían la Cañada Real, y en algunos de esos viajes se estableció en el valle del Tera. De este modo, en junio de 1699 Marta aparece en la iglesia parroquial de Sitrama, casándose con Juan Bobillo Alonso, natural de Milla de Tera. El matrimonio tuvo un hijo al cabo de un año, y luego el pozo se secó y no engendraron ninguno más durante diez años.
Al comenzar 1709, Marta se vio convertida en una viuda de unos 30 años y con un único hijo en su haber. Un bagaje sumamente pobre, lo que no le impidió casarse de nuevo seis meses después. El afortunado fue un recién llegado de Pumarejo, Francisco García Gutiérrez, cuya edad desconocemos pero debía de ser bastante superior al de ella. El segundo intento fue un fracaso mayor que el primero. En los seis años que duró el matrimonio Marta no dio a luz un solo hijo, y por añadidura se le murió el que tuvo del anterior.
A mediados de 1715, Marta era otra vez viuda, de unos 37 años, y con ningún hijo en su haber. Su bagaje era absolutamente paupérrimo y sus opciones de maternidad se estaban acabando. Aun así, a los siete meses ya se había casado de nuevo. Su tercer esposo fue José Galende García, natural de Santa Croya y de su misma edad. Pero su matrimonio fue una repetición de los anteriores. Cuando se interrumpieron los registros, ocho años después, Marta ya estaba fuera de su edad fértil y no había tenido ningún hijo. Debió morir poco después, porque su viudo se casó de nuevo y, esta vez sí, logró engendrar al menos un hijo que perpetuara su apellido.
Marta de Robledo Rodríguez se casó tres veces: tuvo un hijo del primer matrimonio, y cero de los otros dos.
El 29 de mayo de 1713 falleció Santiago, de 13 años y diez meses, único hijo de Juan Bobillo, difunto, y Marta de Robledo.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724

Catalina Fernández Seguro
No obstante, la mayoría de las mujeres se casaban una sola vez y tenían gran cantidad de hijos del mismo hombre. Otras no tenían tanta suerte y dejaban muy poca descendencia. Y la más desgraciada fue sin duda Catalina Fernández.
Catalina Fernández nació en Quintanilla de Urz hacia 1680. En 1700 se casó en Sitrama con Jacinto Zurrón Bedoya, de 27 años de edad. Al cabo de año y medio nació su primer hijo, Santiago, un bebé de salud frágil que falleció a los cuatro meses.
Era algo habitual así que los padres no se desanimaron. Un año después nació una niña, María. Fue la alegría de la casa durante tres años, hasta que falleció.
Pasó otro año y llegó un nuevo nacimiento: era un niño, así que le dieron el mismo nombre del primero, Santiago. Todo parecía estar encauzado por fin, de modo que los padres se lanzaron a engendrar el siguiente. Pero cuando llegó el momento de dar a luz se produjeron graves complicaciones. Catalina «malparió» a una niña que nació muerta sin recibir nombre ni bautismo. La madre se desangró, quedó extremadamente débil y expiró una semana después. Aún le dio tiempo a hacer testamento en favor de su último hijo superviviente, el segundo Santiago.
Catalina Fernández Seguro falleció de postparto el 12 de mayo de 1710. No llegó a ver cómo su único descendiente moría también al cabo de un mes. Su viudo, por descontado, sólo esperó un año para casarse de nuevo. Aunque quizás echara de menos a su desafortunada esposa, porque la nueva también se llamaba Catalina Fernández.

El 4 de mayo de 1710 falleció una niña que malparió Catalina Fernández, mujer de Jacinto Zurrón, la cual falleció el 12 de mayo.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724
JUEGO DE VIUDOS (Y VIUDAS)
Para acabar el artículo, vamos a resumir unos cuantos enredos que se produjeron en Sitrama tras los sucesivos matrimonios entre viudos y viudas.
En 1689, Pascuala del Canal Martínez casó con Marcos Fernández Fernández, viudo de Lucía de Santamaría Prieto, viuda de Pedro Moreno, viudo de María Cipote Romero.
En 1700, Esteban de Molezuelas Blanco, viudo de Isabel de Vega, casó con Isabel de Carrera Barayón, viuda de Roque Raposo Carvajo, viudo de Melchora Fernández.
En 1712, María Fernández Santamaría casó con Francisco Blanco Perandones, viudo de Isabel de Bedoya Carvajo, viuda de Claudio Zurrón Prada.
En 1802, Ana Páramo de la Vega, viuda de Casimiro Zurrón Santiago, casó con Pedro García Ponce, viudo de Apolonia Fernández Lobo, viuda de Cayetano Fernández Lobato.
En 1808, Lorenzo Gallego Freire, viudo de Isabel Tabuyo Centeno, casó con Ana Zurrón Santiago, viuda de Pascual Rodríguez Rodríguez.
En 1839, Rosa Alonso Pérez casó con Manuel García Castro, viudo de Ildefonsa Martínez Bermejo, viuda de Esteban García Gullón, viudo de María Alvarez Ramos.
En 1840, Estefanía de Paz Rionegro, viuda de Luis de Huerga Alonso, viudo de Angela Rodríguez Alonso, casó con Valentín Domínguez Martínez, viudo de María García Gullón, viuda de Carlos García Vara.
El 8 de febrero de 1700, Esteban de Molezuelas, viudo de Isabel de Vega, casó con Isabel de Carrera, viuda de Roque Raposo Carvajo, viudo de Melchora Fernández.
— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724

Referencias
- Archivo Diocesano de Astorga, Fondo parroquial de Sitrama de Tera, Libro B1 1661-1724
- Archivo Diocesano de Astorga, Fondo parroquial de Sitrama de Tera, Libro B3 1786-1853
- Nausia Pimoulier, A. (2006): «Las viudas y las segundas nupcias en la Europa moderna«. Universidad de Navarra

