EL LUTO EN LA ALDEA IRREAL

En una aldea del siglo XVIII, una campesina llora desconsolada ante el cadáver de su hijo adolescente. Cae en una profunda depresión y está a punto de suicidarse. Unos años después, encuentra en un cajón las ropas de su difunto hijo y al olerlas vuelve a sentir su presencia. Su corazón se desborda, suelta todo el dolor en los brazos de su amoroso cónyuge y recobra las ganas de vivir, aunque nunca podrá olvidar a su hijo desaparecido.

En la aldea vecina, dos jóvenes asisten felices al nacimiento de su primera hija. Pero la madre se desangra al dar a luz y muere ante los gritos desesperados de su esposo. El padre toma a su cuidado a la pequeña, le da el nombre de la madre en su recuerdo, y jura que nunca se volverá a casar ni tener más hijos. Para criar a la niña contrata a una nodriza, una atractiva viuda que le tienta para casarse con él, pero el padre no quiere una madrastra para su hija ni una sustituta de su añorada esposa.

Hay historias semejantes en multitud de novelas, películas y series, y todas tienen el mismo fallo: son irreales y anacrónicas. No reflejan cómo era la vida hace siglos, sino que trasplantan al pasado la mentalidad actual. Y el mundo y sus habitantes eran muy diferentes de lo que estamos acostumbrados.

No reflejan cómo era la vida hace siglos, sino que trasplantan al pasado la mentalidad actual.

— ¿Una boda es para siempre en el siglo XVIII?

Novios boda Sitrama

EL CARRUSEL DE BODAS, BAUTIZOS Y MUERTES

La gente de antaño, sobre todo en el mundo rural, no era romántica sino pragmática, tan dura y resistente como la época que les había tocado vivir. No tenían tiempo ni ganas de llorar por los que se iban, ni esperaban que les echasen de menos cuando se fueran. Si perdían un hijo, se consolaban sabiendo que había muchos otros de los que preocuparse. A menudo se le daba el nombre del fallecido al siguiente en nacer, pero no en señal de duelo, sino porque era el nombre del padrino y sería un desprecio que se perdiera. Y si quien moría era el cónyuge, a los pocos meses se le sustituía por otro. Cada miembro aportaba al matrimonio los vástagos que le habían quedado del anterior, sin ningún problema ni escrúpulo. Y lo primero que hacían era engendrar más hijos.

Los hombres y mujeres de la antigüedad padecían un auténtico furor por casarse y tener hijos, muchos hijos. Se diceque los métodos anticonceptivos eran pecado mortal para la Iglesia, porque atentaban contra el precepto bíblico de creced y multiplicaos. Era algo que influía, sin duda, pero la amenaza del infierno no asustaba tanto como se cree: también estaban prohibidos los hijos naturales, fuera del matrimonio, y no había forma de frenarlos. Bastaba con confesarse, recibir la absolución y a pecar alegremente otra vez.

Había otro motivo más práctico para ese frenesí por reproducirse. Los padres sabían que casi la mitad de sus hijos no iba a sobrevivir a la infancia, o incluso al parto. Así que procrear continuamente se parecía al cálculo de pérdidas y ganancias de una empresa: cuantos más hijos producían, más rápido se reemplazaba a los que se morían. En suma, era una especie de seguro para proteger sus genes. Además, estaba la cuestión del prestigio: una familia numerosa estaba bendecida por el cielo, pues daba virilidad a los hombres y fecundidad a las mujeres. Y garantizaba que habría muchos brazos gratis para trabajar en el campo o en el hogar.

Tener siete hijos era muy habitual, con el objetivo de que al menos cuatro llegaran a la edad adulta y pudiesen ayudar a sus padres y cuidarlos en la vejez. Pero podían ser muchísimos más. El proceso de reproducción duraba toda la vida fértil de la madre y se repetía en los sucesivos matrimonios de uno u otro cónyuge. Como resultado, hubo personas con un número inaudito de cónyuges e hijos a cuestas, y sólo la muerte impidió que siguiera creciendo.

Esto pasaba en cualquier punto de España y de Europa, desde el rey hasta el labriego más humilde. Y para ilustrarlo vamos a poner los mejores ejemplos que tuvieron lugar en Sitrama.

El tema tiene mucha enjundia y daría para un artículo muy largo. Así que voy a dividirlo en dos partes: en la primera hablaré de los hombres, y en la segunda de las mujeres y de los enredos de los sucesivos viudos y viudas.

Tumbas cementerio Sitrama de Tera

Si perdían un hijo, tenían más de los que preocuparse. Y si moría un cónyuge, se le sustituía por otro.

— Cementerio de Sitrama de Tera

HOMBRES DE SITRAMA CON VARIAS ESPOSAS

Si un hombre se casaba una sola vez en su vida, había dos explicaciones posibles: o había muerto antes que su esposa, o cuando murió su esposa él ya era demasiado anciano para interesar a otra. En caso contrario, se concertaba el nuevo matrimonio casi el mismo día del entierro y sólo tardaba unos meses en celebrarse. Los huérfanos necesitaban una madre urgentemente, aunque fuera una madrastra. No había apariencias que guardar porque todo el mundo hacía lo mismo.

La nueva esposa, igual que la anterior, podía ser una virginal doncella recién salida de la pubertad o una viuda con varios hijos, mayor que él o muchos años más joven. Eso era irrelevante. El único factor decisivo era su capacidad de cuidar de los hijastros y de engendrar y criar hijos propios, pues a ello se iba a dedicar durante el resto de su vida fértil (de los 16 a los 40 años, a veces más). Y si la esposa moría de tanto trabajar y alumbrar hijos, se la reemplazaba por otra, y luego por otra, y otra…

Esteban García Gullón

Esteban García es el perfecto ejemplo de ese miedo a la soledad, esa necesidad imperiosa de estar casado cada minuto de su existencia. Superó a los reyes Felipe II y Fernando VII de España, y a diferencia de ellos tuvo hijos en todos sus matrimonios. No alcanzó a Enrique VIII de Inglaterra, pero al contrario que él no tuvo que decapitar ni repudiar a ninguna esposa porque no le diera hijos varones.

Esteban García Gullón nació en Sitrama en torno a 1775. Se casó a los 25 años con Francisca Molezuelas Alonso, que le dio un hijo al poco tiempo. Pero la madre no pudo concebir ninguno más y falleció a los pocos años.

Esteban se encontró viudo a los 30 años, algo sumamente habitual, así que hizo lo que se esperaba de él. Cruzó el monte y halló una nueva esposa en Granucillo: Juana Rodríguez Rodríguez, a la que trajo a Sitrama. Allí vivieron diez años, durante los cuales tuvieron cinco hijos: de dos al menos hay constancia de que llegaron a adultos y les dieron nietos. Pero Juana falleció muy poco después del último parto, quizás por su causa. Esteban volvió a quedarse viudo con 43 años y seis hijos.

Era un escaso bagaje para él, así que buscó a su tercera esposa en Sitrama. Se fijó en Lucía de Huerga Fernández, que tenía casi su misma edad pero no tenía hijos, con lo que no podía demostrar que era fértil. Cualquier otro la habría descartado, pero Esteban se casó con ella y acertó de pleno, puesto que le dio dos hijos en tres años. Sin embargo, tanto la edad como la tardía maternidad acabaron por marchitar a Lucía y enviarla a la tumba.

Una vez más Esteban se volvió a quedar viudo. Tenía 48 años y no estaba satisfecho. Ya no le convenían las mujeres de mediana edad. Buscaba una persona joven y la encontró en Santibáñez: María Alvarez Ramos, veinte años menor que él. A los pocos meses ella le había dado un hijo. Todo parecía estar perfecto, pero de pronto cesaron los nacimientos. La madre era joven pero de salud frágil. Durante los seis años que duró su matrimonio no tuvieron más hijos, hasta que finalmente María murió.

Esteban tenía 55 años y había enterrado a cuatro esposas. Sabía, al comparar su caso con el de sus padres y abuelos, que no le quedaba mucho más tiempo de vida, pero aún no se consideraba un anciano. Tenía propiedades y virilidad demostrada, todo lo que necesitaba un buen partido. Con esas credenciales se presentó en Micereces y pidió matrimonio a Ildefonsa Fernández Bermejo. Desconocemos la edad de la novia, pero sin duda era bastante inferior. Aún tuvo tiempo Esteban de ver nacer a su último hijo a los 58 años: seguro que habría tenido más, de no haber muerto poco tiempo después.

Esteban García Gullón murió en torno a 1835. Se casó con cinco mujeres a lo largo de sus sesenta años de vida, con las que tuvo diez hijos.

Esteban García se casó cinco veces y tuvo su último hijo a los 58 años.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Bautizo Gerónimo García Fernández Sitrama de Tera

Juan Molezuelas Pérez

Esteban García se casó con cinco mujeres pero sólo tuvo una media de dos hijos con cada una. En aquellos tiempos era un número bastante mediocre. Otros vecinos de Sitrama se casaron menos veces pero aprovecharon mucho mejor el tiempo.

Juan Molezuelas Pérez nació en Sitrama también en torno a 1775. A la edad de 22 años ya se había casado con Lorenza Marcos García, natural de Manganeses de la Polvorosa. Tuvieron cuatro hijas, lo que probablemente alarmó a Juan al ver que nadie heredaría su apellido. Pero entonces Lorenza murió repentinamente poco después del último parto.

Juan era el típico viudo de 30 años, así que no le costó encontrar un reemplazo. La elegida fue Javiera Riesco Rodríguez, de Granucillo. Con ella vivió más de quince años, tiempo durante el cual tuvieron nueve hijos, tanto hembras como varones. Era una proporción elevada, a un hijo por cada año y medio, así que quizá fue la causa de que la madre muriera de puro agotamiento.

A los 47 años Juan Molezuelas se había quedado otra vez viudo tras engendrar a trece hijos. De ningún modo pensaba resignarse a vivir solo, así que se casó con Gabriela de Huerga Alonso. Durante los siete años que duró su matrimonio tuvieron cuatro hijos, todos ellos varones, quizá para equilibrar las cuatro niñas con su primera mujer.

Juan Molezuelas Pérez tuvo 17 hijos de sus tres matrimonios. Aún tuvo tiempo de engendrar el último a finales de 1834, a los 58 años de edad, pero murió un par de meses antes de verlo nacer.

Bautizo Higinio Molezuelas Huerga Sitrama de Tera

Juan Molezuelas tuvo 17 hijos y murió poco antes de que naciera el último.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Leandro Barrio Palacios

Juan Molezuelas tuvo casi seis hijos con cada una de sus tres esposas. Otros vecinos de Sitrama se casaron menos veces, pero rentabilizaron mucho más cada matrimonio.

El mejor ejemplo es el de Leandro Barrio. Se casó a una edad normal, 23 años, con su convecina María Teresa García Fernández. Con ella tuvo una vida no sabemos si feliz, pero en todo caso fructífera: ocho hijos en común a lo largo de dieciséis años. La madre exprimió su útero hasta el último aliento, y cuando no pudo dar más, falleció con un suspiro.

Leandro era un viudo de 41 años, con al menos cuatro vástagos vivos y muchas ganas de aumentar su descendencia. De modo que contrajo otra vez nupcias con Petra Turiel Cid, oriunda de Abraveses. Su nueva esposa era casi veinte años más joven, lo que prometía un largo matrimonio plagado de niños. O más bien niñas: estuvieron casados durante diecisiete años, en los que llevaron a bautizar seis hijas y un hijo que nació muerto.

Leandro Barrio Palacios falleció en torno a 1848, cuando tenía unos 63 años de edad. Sólo se casó dos veces pero engendró 15 hijos, de los cuales sobrevivieron algo más de la mitad.

Leandro Barrio sólo se casó dos veces pero engendró 15 hijos.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Bautizo Dominga Barrio Turiel Sitrama de Tera

Roque Raposo Carvajo

Roque Raposo pertenecía a una de las principales familias de Sitrama durante el siglo XVII, y por lo tanto estaba obligado a demostrar su prestigio con un gran número de hijos. Apenas vivió 50 años en los que cumplió su labor con eficacia, aunque luego sus descendientes fueron desafortunados y su linaje se extinguió.

Nació en torno a 1650 y se casó por primera vez a los 25 años de edad con Melchora Fernández. El matrimonio funcionó con normalidad durante cinco años, produciendo un vástago cada dos. Pero cuando tocaba el momento de concebir al siguiente, Melchora empezó a perder la salud y falleció unos años después.

Roque se convirtió en un viudo muy apetecible de 35 años y muchas propiedades en su haber. Tenía a muchas candidatas y eligió a Isabel de Carrera Barayón, de Quiruelas de Vidriales. Su nueva esposa era algo más joven que él y cumplió sobradamente las expectativas de su marido: le dio nueve hijos, también a un ritmo de uno cada dos años.

Aún le podría haber dado más, pero Roque Raposo Carvajo falleció de repente en 1698. Sus ancestros no podían quejarse: había engendrado doce hijos con dos mujeres, a una media de seis con cada una. Pero las perspectivas eran sombrías: tres de sus hijos murieron en la infancia, uno en la adolescencia y otros dos el mismo año poco después de casarse. Los supervivientes fueron hijas, o hijos que emigraron a otros pueblos, con lo que el apellido Raposo desapareció de Sitrama.

Muerte Francisco Raposo Fernández Sitrama de Tera

Roque Raposo tuvo doce hijos de dos mujeres pero su apellido desapareció de Sitrama.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724

Benito Tabuyo Gallego

Otros también engendraron hijos de manera mecánica y previsible durante sus matrimonios, aunque a veces surgió algún inconveniente.

Benito Tabuyo nació en Sitrama en 1794. A los 20 años desposó a Lorenza Rodríguez Alonso, que tenía tres años más que él. Con ella empezó a tener hijos puntualmente cada dos años. Después del quinto, por razones desconocidas el proceso se frenó. No sabemos si Lorenza estaba muerta, enferma o estéril, pero el matrimonio no tuvo más hijos durante diez años.

A los 43 años Benito reapareció como un viudo casado con Isabel Martínez Fernández, natural de Abraveses. La maquinaria reproductiva se puso de nuevo en marcha. Benito volvió a tener hijos puntualmente, esta vez cada tres años. Después del quinto, nacido cuando Roque tenía 56 años, no sabemos qué ocurrió.

Benito Tabuyo Gallego tuvo cinco hijos de su primer matrimonio y al menos otros cinco del segundo. Los libros parroquiales de Sitrama guardan silencio después de 1853, así que no sabemos si hubo tiempo de engendrar alguno más, ni cuando fallecieron los padres.

Benito Tabuyo fue un padre equilibrado: 5 hijos de su primer matrimonio y 5 del segundo.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Bautizo Calisto Tabuyo Martínez Sitrama de Tera

Marcos Fernández Fernández

Cuando el marido se precipitaba a la hora de tomar esposa, había un gran riesgo de sufrir un fiasco. Así que no tenía más remedio que elegir cuidadosamente la próxima vez.

Marcos Fernández nació en Vecilla de Trasmonte en torno a 1650. No sabemos nada de la primera mitad de su vida: dónde vivió, con quién se casó o si tuvo hijos. A la edad de 30 años estaba viviendo en Sitrama, e impaciente por desposarse se fijó en Lucía de Santamaría Prieto. Tal vez no fuera la opción más sensata para alguien que deseaba una gran descendencia. Lucía era algo mayor que él y acababa de enviudar por segunda vez. No había tenido hijos en los cuatro años que duró su primer matrimonio, y dos niñas en los tres años que duró el segundo. Marcos no quiso creer en los rumores de que Lucía provocaba mala suerte a sus maridos y se casó con ella. Tuvieron una hija, pero sólo dos años después fue la madre quien falleció.

Marcos quedó completamente chasqueado pero decidido a escarmentar en el futuro. Su siguiente elección fue mucho más meditada: Pascuala del Canal Martínez, natural de Santibáñez y casi quince años menor que él. En apariencia la apuesta fue un éxito. El matrimonió duró veinte años y tuvo once hijos, pero fallecieron siete: tres de recién nacidos, dos en la infancia y otros dos en la adolescencia. Entre ellos estaban todos sus hijos varones.

Marcos Fernández Fernández murió en 1710 cuando tenía unos 60 años de edad, después de engendrar doce hijos de sus dos matrimonios y perder más de la mitad. No sabemos si pensó que había escapado de la mala suerte.

Muerte Marcos Fernández Canal Sitrama de Tera

Marcos Fernández tuvo una hija con su primera esposa, once con la segunda y perdió más de la mitad.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1661-1724

Ignacio Fernández Fernández

Los Fernández Fernández de Sitrama han sido proclives a elegir impulsivamente sus primeras esposas, y seguir obcecados con ello antes de tener que cambiar de idea. En este otro ejemplo, veremos a un hombre atraído irresistiblemente por las mujeres maduras, hasta que los sucesivos fracasos le obligaron a ser más práctico aunque quizá menos feliz.

Ignacio Fernández nació hacia 1782 y sufrió muy pronto los ardores del instinto reproductivo. Siendo aún mozo soltero, no quiso conocer carnalmente a las chicas de su edad, sino a una experimentada mujer varios años mayor que él y que además era viuda reciente con tres hijos. Su relación con Fulgencia Páramo de la Vega dio fruto en forma de una hija natural. No sabemos si llegaron a casarse. La Iglesia no forzaba los matrimonios, salvo para legitimar a la descendencia, y no hay constancia de ello. En todo caso, Fulgencia quizá fuera mayor de lo previsto ya que falleció al cabo de pocos años.

Viudo o aún soltero, parece que la experiencia agradó tanto a Ignacio que decidió repetirla de manera oficial y legítima. A la edad de 25 años se hallaba casado con Cayetana Zurrón Santiago, que era diez años mayor que él y así mismo viuda con cinco hijos. Los comienzos fueron prometedores y Cayetana dio a luz a una niña al cabo de un año. Pero ahí se acabó todo. La pareja no volvió nunca más a festejar un nacimiento. Ignacio ya se veía el resto de su vida con su hogar vacío de niños, sin saber si la culpa era suya o de su esposa. La única y macabra solución era que su mujer falleciera para poder reemplazarla. Y la diferencia de años alimentaba las esperanzas de que ocurriese pronto. Sin embargo, aún pasarían 23 años hasta la muerte de Cayetana, tiempo durante el cual ofició como madrina del bautizo de gran cantidad de nietos de su primer matrimonio, pero de ninguno del segundo.

Cuando murió Cayetana, Ignacio Fernández tenía 49 años y un mísero bagaje de sólo dos hijas. Así que renunció para siempre a las viudas maduras y se pasó al otro extremo, una novia virgen y muy joven: Ignacia Mateos Lera, de sólo 20 años de edad. Y la jugada le funcionó, pues tuvieron ocho hijos a lo largo de diecinueve años. Pero para asegurarse, Ignacio apuró su buena racha hasta la ancianidad: cuando nació el último ya tenía alrededor de 67 años.

Ignacio Fernández Fernández murió con unos setenta años, en algún momento después de 1850. Tuvo diez hijos de sus dos matrimonios y una relación libre.

Hija natural de Ignacio Fernández, mozo soltero, y Fulgencia Páramo, viuda.

— Archivo parroquial de Sitrama de Tera, 1786-1853

Bautizo Ana Fernández Páramo Sitrama de Tera

Referencias

  • Archivo Diocesano de Astorga, Fondo parroquial de Sitrama de Tera, Libro B1 1661-1724
  • Archivo Diocesano de Astorga, Fondo parroquial de Sitrama de Tera, Libro B3 1786-1853

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